Acto XXIII



La Comisión de Mitómanos
de la Biblioteca Fabularia
dedica este Acto de los Teatros del Cuento
a todos los hacedores
de Edición Cyrano.

(Ciudad de la Rosa y del Río,
Desierto de Dulce de Leche,
en el mes que se nombra septiembre
del año que se cuenta dos mil seis)


Universo Fabulario / Teatro de Cuentos

Acto XXIII: INVENTACIONES
(ESTACIONES DE INVENTOS)


ÍNDICE & PULGAR

Parte emitido por los Redactores de Memoria de la Comisión de Mitómanos de la Biblioteca Fabularia

Anexo 1: Papel donde consta identificación de acto

Anexo 2: Hoja de libreta que incluye
dedicatoria del acto identificado

Anexo 3: Locomotrén

Anexo 4: El inventor que inventa todo el tiempo

Anexo 5: Una escalera

Anexo 6: La botella retornante

Anexo 7: Ojepse

Anexo 8: Inventación de un horror

Anexo 9: A soñar

Nota de los Redactores de Memoria
de la Comisión de Mitómanos de la
Biblioteca Fabularia




Anexo 3: LOCOMOTRÉN


Cuando alguna vez fui la infancia de mí,
soñaba que andaba las vías abandonadas
buscando inventaciones en los desiertos.
(Macedonio Hernández, Cartas a Mr. Ed)


Cuando niño, Macedonio Hernández supo intentar las hazañas reservadas a los cronistas de inventos. Para sustentar tal designio relevó las trazas ferroviarias abandonadas por el Imperio. Su tesis vinculaba el aislamiento de estas geografías con estrategias tendientes a relegar del mundo a los mejores inventores de la colonia.
Se ha dicho entonces que Macedonio decide la exploración de estos parajes para acopiar sucesos probatorios y, consecuente con la sustancia investigada, él mismo aprende los oficios del inventar. Su primer ensayo conduce a la creación de un medio de transporte que lo guiará sobre los rieles oxidados. De tal elucubración resultó inventado el hoy ya célebre y alabado Locomotrén.
"Si me buscan, dirá Macedonio a su perro Abecedario al momento de iniciar el viaje, hazte el perro tonto".
Se ha pensado que Abecedario lo increpó con su mejor mirada lamentable y Macedonio comprendió que era mejor dejar una nota clavada en la puerta que dejar un perro a merced del olvido.
Y así fue como se fueron los tres: Macedonio, su perro Abecedario y el celebérrimo y alabado Locomotrén a fundar anclas de cuento en los andenes de ignotas inventaciones.








Anexo 4: EL INVENTOR QUE INVENTA TODO EL TIEMPO


El próximo domingo, pasadas las 22 horas, Macedonio Hernández entrevistará al desconocido inventor que inventa todo el tiempo. Visto que el tiempo es un recurso ficcional ya se conocen algunos pormenores de dicha entrevista:
"Me parece un despropósito (piensa Macedonio) que alguien que inventa todo el tiempo sea un desconocido para la gente".
"Es probable que la gente valorice otro tipo de inventos" (dirá el inventor que inventa todo el tiempo).
"Pasar toda su vida inventando todo el tiempo, ¿no lo aburre? (preguntará Macedonio).
"Y, sí. A veces deseo inventar otra cosa pero no tengo tiempo" (contesta el inventor que inventa todo el tiempo).

Después, cuando Macedonio ya se ha ido, algunas preguntas siguen rondando en su cabeza.
Al inventor que inventa todo el tiempo ¿todos los minutos le salen iguales?
¿El tiempo nació con él o ya había tiempo inventado antes que él lo inventara?
¿Quién inventará todo el tiempo cuando el inventor que inventa todo el tiempo se muera?

En la medianoche del próximo domingo, en el instante en que mañana será hoy, Macedonio sueña esa muerte del inventor que inventa todo el tiempo.
Despierta angustiado y corre hasta la cocina. "Entonces voy corriendo hasta la cocina a mirar el reloj en la pared. Miro la negra aguja que indica los segundos. Con un nudo en la garganta espero una eternidad. Cuando estoy a punto de creer en la forma de mi sueño, la aguja se mueve para atestiguar que el inventor que inventa todo el tiempo sigue inventando todo el tiempo".

Sin poder ya cerrar los ojos, Macedonio abandona sus planes oníricos y prepara unos mates para honrar un nuevo amanecer en los desiertos.
Entretanto, llegado el mencionado amanecer y como casi siempre, la gente retornará a sus rutinas cotidianas para perder el tiempo, todo el tiempo, determinando en este acto la inútil sustancia de ciertos inventos y la efímera eternidad de ciertos inventores.





Anexo 5: UNA ESCALERA


A dos cuadras de la Inventación de Las Lomas Desamoradas supo vivir Dámaso Peres. No fue un inventor abundante y en verdad apenas lo recuerdan los viejos fumadores de espera en el puente que salta por encima de las vías.

Dos hartazgos lo implicaron inventor. Un solo invento, a fuerza de ser verídico, devolvió Peres.

Va el primero: harto de soportar las estereotipadas burlas cada vez que decía "voy a subir arriba del puente" y escuchar "no, si vas a subir abajo, tarado" Dámaso inventó una escalera para subir abajo.
Va el segundo: harto de soportar que el señor Microsoft Word borrara automáticamente la palabra "arriba" cuando escribía "subir arriba", Dámaso inventó una escalera para subir abajo (me pregunto de paso, y que mi pregunta quede fuera de este cuento, ¿por qué este señor Microsoft Word no hace el mismo truco desaparecedor cuando uno escribe "bajar abajo"?).

La cuestión fue que Peres se apareció un día con una escalera. La equilibró contra una columna del puente y subió para abajo. Los fumadores de espera lo vieron subir para abajo hasta desaparecer. Desviando las consecuencias del acto inventativo hicieron correr la historia que afirma que Dámaso Peres, al subir para abajo, se fue al infierno. Y que subiendo más para abajo llegó a descubrir qué hay debajo del infierno.

"Debajo del infierno está el cielo" salmodia gravemente un fumador mientras acompaña el rigor de su sentencia lanzando una voluta de humo.
Y los demás mueven la cabeza, lentamente, con gesto afirmativo.
Con estos argumentos, débiles balbuceos de leves filosofares, disimulan el vacío de su historia.

Vea, yo no quiero meterme en cuestiones lógicas, me dice el rengo Fenicio al oído, lo mío es la espera; pero la escalera de Dámaso sigue ahí, equilibrada contra la columna del puente. Y que yo sepa, nunca nadie se atrevió a ponerle un pie encima.







Anexo 8: INVENTACIÓN DE UN HORROR


Camino siguiendo los pasos que inventa Macedonio Hernández. Me detengo y observo. Macedonio lee un libro. Sé, por artilugios de narrador, que el libro es "No toda es vigilia la de los ojos abiertos". Macedonio también se detiene e inventa lo que usted verá alguna vez. Macedonio Hernández observa al otro Macedonio, al del libro. El otro Macedonio inventa "un padre y un niño de doce años que pasean al borde del mar". Los dos vemos al otro Macedonio cuando observa "al niño que, en un impulso por alcanzar una mariposa, se desprende de la mano del padre y resbala al mar". El otro Macedonio, sabedor del pasado ilusorio, revela lo que ha sido: "El padre se lanza al agua y logra asir al niño por los cabellos y retenerlo, pero muy poco nadador y molestado por la ropa pronto está extenuado y húndese, se ahoga y suelta los cabellos del niño. Perecen los dos".

Macedonio Hernández sigue los pasos del otro Macedonio. Se detiene y observa. El otro Macedonio se desune del mar pensando: "Nunca sucederá, en el minuto inmediato y en todo el futuro, que ese niño logre comunicarse al padre, decirle: -Padre mío, ¿cómo es que me soltaste de la mano? ¿Es que ya no me querías?"

Los dos Macedonios ya se han ido, el uno a las vías del desierto, el otro a las páginas del libro donde ha cifrado: "Cesar eternamente la personalidad del padre sin poder decir al hijo que no esté en él el horror de creer que su padre lo dejó morir, qué tormento en el padre, qué desmayo en el hijo de toda fe en su padre. No lo puedo creer".

Los dos Macedonios ya se han ido. Yo continúo en el borde del mar, inmóvil, en el borde del mar.
El padre y el hijo ya se han ido. Yo continúo en el borde del mar mirando, azorado, esa mariposa. Esa mariposa que permanece inmóvil en el aire y en el tiempo. Yo sigo observando esa mariposa que ha inventado un horror y que, petrificada por el espanto, cargará la eterna responsabilidad de un instante.

Porque cuando ya no estemos, porque cuando ya ni el mar exista, esa mariposa seguirá flameando estática sobre el invento de los relatos.








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EL ACTO COMPLETO PUEDE SOLICITARSE A

UniF

u n i v e r s o f a b u l a r i o




...entonces cae la taza que fuera lanzada al cielo para crear el tiempo de esta historia; el fabulero la duerme en la palma de su mano, saluda ceremonialmente y se hunde en los caminos del desierto buscando un pueblo nuevo, un sueño viejo y los ecos de su sombra vivitante …
mientras la eternidad eterne.